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Silvina Ocampo
Poesía inédita y dispersa
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LA ESFINGE
El ser más inesperado es uno mismo:
hasta las esfinges nos miran con ojos asombrados.
UNICA SABIDURIA
Lo único que sabemos
es lo que nos sorprende:
que todo pasa, como
si no hubiera pasado.
DILECCION
Con preferencia siempre recordamos
los queridos defectos de la dicha;
recordamos también con preferencia
de una persona amada los pecados.
CUADRO APOCRIFO
La santa se convierte en prostituta,
el león, el mono, el ángel, el pez en un jardín;
cuatro niños que juegan a la mancha, en una playa.
Con las vicisitudes del tiempo o casualmente
aparece en la tela de un cuadro otra
pintura
que fue la original ¡como nuestros recuerdos!
SOLEDAD
En algunas personas
amamos a personas
que no existen ya;
en otras, amamos a nadie,
ni a esa misma persona.
LA LLAVE MAESTRA
La luz de su cuarto me habla de él cuando no está,
me acompaña cuando tengo miedo,
y siempre tengo miedo porque soy valiente;
oye su paso sobre los mosaicos de la entrada
va a su encuentro cuando abre la puerta lentamente
cuando lo espero, y siempre lo espero;
lo mismo es para la luz eléctrica que para la luz del sol,
lo mismo para el sol que la luna o la estrella.
Un tapiz forma la luz complicada
es la vida y siempre la vida.
Si me quedara ciega la vería con mis patas
o tal vez con mi frente cuando llega.
El tapiz no lo forma la luz sino su llegada, el sonido
que cambia de oscuro en claro.
El tablero de la luz tiene varias llaves
pero una gobierna el resto:
se llama la llave maestra.
Del mismo modo el tablero de mi luz
tiene una sola llave que gobierna las otras
la llave que está en sus manos.
Apagaría todas las luces si quisiera
pero yo cierro los ojos para no ver
la oscuridad que podría ser luz
para no herirlo.
EL CABALLO BLANCO
¿Te interesa saber cómo me relacioné
con la pintura o el dibujo?
Fue en la infancia.
Mis hermanas tomaban clases de dibujo
con una profesora francesa
cuya cara se ha borrado
pero no la mano ni el sexo,
ni esa goma de borrar o de no borrar.
Tal vez hago un trait-d''union: prosa-verso;
para mí prosa equivale a pintura (femenino),
verso (masculino) al dibujo.
Debajo de una mesa
recogía los restos de dibujos rechazados
y los examinaba a hurtadillas
y hasta robaba alguna lámina
que servía de modelo.
Había ojos, bocas, orejas sacadas, creo,
de alguna estatua griega.
La oreja era mi preferida
porque parecía un caracol;
era algo independiente que no se asociaba
demasiado a lo que era,
no una oreja para oír sino para adornar,
para placer o adorno,
de donde colgaban aros o piedritas,
cuanto más grandes las señoras
más grandes las piedritas.
Sin embargo me seducían las sombras
más que un juguete,
las líneas más que un caramelo.
Cuántas veces dejé de chupar
hasta el fin un "sucre d''orge"
por entusiarmarme ante alguna de estas láminas
que provocaron alguna reprobación
por haberla tocado
con las manos pringosas o destructoras
y no tan respetuosa como requería mi corazón
gobernado en aquellos tiempos
por mis ojos.
Entre tanto papelerío
se encontraban esas imágenes menos clásicas
que esas cabezas francesas:
dos bailarinas y un caballo
(así lo recuerdo al menos).
Una bailarina que calqué
con papel carbónico,
porque ya me habían dado como juguete
un lápiz maravilloso.
La bailarina fue aplaudida por toda la clase
que se componía de tres personas,
lo que me hizo sentir
en el pináculo de la gloria.
Pero no fue lo mismo con el caballo.
Ciertas protuberancias
demasiado evidentes pero reconocibles
escandalizaron a alguien.
Recuerdo el rubor de ciertas caras jóvenes
que reían
escondiendo la risa detrás de un papel,
coqueto, como abanico improvisado.
Las menos jóvenes, impávidas,
controlaban la infidelidad del dibujo.
La implacable goma de borrar comenzó a destruir
la parte más importante de mi dibujo
porque era la que más
me había costado armonizar con el resto de mi dibujo
por ser insustituible.
Estaba a un paso de ser una niña prodigio,
el rubor me cubría la frente
pero la goma de la modestia me lo impedía.
¡Esas gomas de borrar variadas!
Entonces fue revelada la belleza
"me dio falicidad"
de esperar la pintura en un museo
que medio la facilidad de la esperanza.
Fue en un museo que descrubrí
la presencia de aquel caballo.
Entré por la escalinata de mármol
de aquella construcción tan preciosa
y me detuve frente a un caballo de mármol.
Me quedé sin moverme,
mirándolo un rato,
las personas grandes que me rodeaban
consideraron un siglo.
No me alcanzaban los ojos
para descifrar el misterio
de este caballo tan parecido
al que había dibujado aquella tarde.
LECCIONES DE LA METAMORFOSIS
Nube que miras en lo alto del cielo
mi condición humana y modificas
las formas de tu cuerpo y de tus caras:
si alguna vez he visto deshacerse
tu cuerpo de caballo o de sirena,
tus ojos y tu pelo cruel de Erinia,
tus vírgenes perdidas con un ángel
entre las sombra de una playa inmensa,
el velero que se hunde en la tormenta
o un frágil ciervo entre las rosas de oro
de un antiguo poniente indescifrable;
si alguna vez he visto desmembrarse
un reino donde no gobierna nadie,
un templo en que quedaron misa rodillas
prosternadas al pie de un muro blanco,
tan blanco que hasta el sol pierde su faz,
sabrás que sos mi lecho cuando duermo,
que tus lecciones de metamorfosis
he querido seguir hasta la muerte
entregándote toda mi esperanza.
TUMBERGIA
Aquel que no conoce la tumbergia en enero
no conocerá el árbol más precioso del mundo.
Sus flores como cirios se abren en cada punta
erguida de las ramas,
el fruto gris rayado embellece el follaje.
La flor perfuma el agua donde está sumergida
cuando la colocamos en un vaso.
Es la única flor que conserva el perfume
muchos días: los tallos no se pudren
aunque no se le cambie el agua
que podría beberse como elixir.
Apasionadamente florece, luego caen las flores
como guantes blancos de primera comunión.
LA SOMBRILLA
Por el jardín pasaba tu sombrilla,
lucía el mango una cabeza de ave
con las plumas de plata y era suave
entre las retamas su aroma amarilla.
Si eran las sombras como un agujero
¿por qué sólo la tuya era celeste
aun cuando soplaba el viento agreste
de las tormentas que inventaba enero?
Sobre el aire venían, detestadas,
a veces las visitas sin cabeza
bajo ingratas sombrillas a buscarte.
¿Por qué estarían todas disfrazadas?
Mas tu sombra celeste con destreza
te escoltaba. Morir era esperarte.
EL CUARTO SEVERO
Un cielo decoraba el cielo raso
equiparado el verde de tus ojos.
Severos eran los gladiolos rojos,
duro y muy suave el almohadón de raso.
Penetrábamos mil noches de un abrazo,
de la inquietud los ávidos cerrojos
nos encerraban. Ya éramos los despojos
del olvido del mundo paso a paso.
Ni hablábamos, apenas respirábamos
para mirar el arbitrario cielo,
sobre nuestras cabezas que amábamos
como si fuera un verdadero cielo.
¡Ah! Cómo era de falso el verdadero
cuando salimos del cuarto severo.
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de Poesía inédita y dispersa,
2001
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