Néstor Perlongher

El cadáver

¿Por qué no entré por el pasillo?
Qué tenía que hacer en esa noche
a las 20.25, hora en que ella entró,
por Casanova
donde rueda el rodete?
Por qué a él?
entre casillas de ojos viscosos,
de piel fina
y esas manchitas en la cara
que aparecieron cuando ella, eh
por un alfiler que dejó su peluquera,
empezó a pudrirse, eh por una hebilla de su pelo
en la memoria de su pueblo
                                                       Y si ella
se empezara a desvanecer, digamos
a deshacerse
qué diré del pasillo, entonces?
Por qué no?
entre cervatillos de ojos pringosos,
y anhelantes
agazapados en las chapas, torvos
dulces en su melosidad de peronistas
si ese tubo?
Y qué de su cureña y dos millones
de personas detrás
con paso lento
cuando las 20.25 se paraban las radios
yo negándome a entrar
por el pasillo
reticente acaso?
como digna?
Por él,
por sus agitados ademanes
de miseria
entre su cuerpo y el cuerpo yacente
de Eva, hurtado luego,
depositado en Punta del Este
o en Italia o en el seno del río
Y la historia de los veinticinco cajones

Vamos, no juegues con ella, con su muerte
déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta!

Y qué había en el fondo de esos pasillos
sino su olor a orquídeas descompuestas,
a mortajas,
arañazos del embalsamador en los tejidos

Y si no nos tomáramos tan a pecho su muerte, digo?
si no nos riéramos entre las colas
de los pasillos y las bolas
las olas donde nosotras
no quisimos entrar
en esa noche de veinte horas
en la inmortalidad
donde ella entraba
por ese pasillo con olor a flores viejas
y perfumes chillones
esa deseada sordidez
nosotras
siguiéndola detrás de la cureña?
entre la multitud
que emergía desde las bocas de los pasillos
dando voces de pánico

Y yo le pregunté si eso era una manifestación o un entierro
Un entierro, me dijo
entonces vendría solo
ya que yo no quería entrar por el pasillo
para ver a sus patas en la mesa de luz,
despabilando
Acaso pensé en la manicura que le aplicó el esmalte Revlon?
O en las miradas de las muchachas comunistas,
húmedas sí, pero ya hartas
de tanta pérdida de tiempo:
ellas hubieran entrado por el pasillo de inmediato
y no se hubieran quedado vagando por las adyacencias
temiendo la mirada de un dios ciego
Una actriz –así dicen–
que se fue de Los Toldos con un cantor de tangos
conoce en un temblor al General, y lo seduce
ella con sus maneras de princesa ordinaria
por un largo pasillo
muerta ya
                                                   Y yo
por temor a un olvido
intrascendente, a un hurto
debo negarme a seguir su cureña por las plazas?
a empalagarme con la transparencia de su cuerpo?
a entrar, vamos por ese pasillo donde muere
en su féretro?

Si él no me hubiera dicho entonces que está solo,
que un amigo mayor le plancha las camisas
y que precisaría, vamos, una ayuda
allá, en Isidro
donde los terrenos son más baratos que la vida

lotes precarios, si, anegadizos
cerca de San Vicente (ella
no toleraba viajar a San Vicente
quiso escapar de la comitiva más de una vez
y Pocho la retuvo tomándola del brazo)

Ese deseo de no morir?
es cierto?
en lugar de quedarse ahí
en ese pasillo
entre sus fauces amarillas y halitosas
en su dolor de despertar
ahí, donde reposa,
robada luego,
oculta en un arcón marino,
en los galeones de la bahía de Tortuga
(hundidos)

Como en un juego, ya
es que no quiero entrar a esa sombría
convalecencia, umbría
–en los tobillos carbonizados
que guarda su hermana en una marmita de cristal–
para no perder la honra, ahí
en ese pasillo
la dudosa bondad
en ese entierro

de Austria-Hungría. Tierra Baldía, 1980.

Corto pero ligero

(Y no habría de ser: esa chupada, ese lambeteo: cebado el mate 
          junto al fogón de los arrieros, que arden de...
          ese descanso de la tropa alzada, en grupas: no 
          habría de bajarme el chiripá, descendiendo a este 
          encuentro. Ahora susurra el viento en la ventana 
          que da al aljibe: hurras blande 
                           no desacordonarme la manea 
          donde tremolo temblorosa?) 

Una historia de sables, de pistolas
De trincheras con flores de sapo y de zarza parrilla
Como hecha a dedo, a pecho
Echada en el camino de Tarija
Por un gendarme ríspido, montés
Trasiego, belicosa?
Belfo y flande
Congoja

Si tuviera que ver este lenguaje 
con el terror de esos paisanos 
que al ver al General piensan en Hoffman 
Si su respiración no moviera las borlas de la cama de Rosas,
                              de Esmeralda 
Y él no se lo encontrase, al regreso de un vado, en la catrera:
          en el encame jabonoso, como un lagarto entre los lienzos 
aparece con labios de obsidiana y perfume de ajenjo: huele a chipre

(Si no me hubieras dicho qué paso 
en esa noche de Cañuelas, la última 
- un bolero: si bien - 
aún te querría?)

Un general moviendo espadas en la sombra 
Cacha y espuela, blonda y nácar 
Coro de férulas:

          Un general que agita los pendorchos 
          y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales 
          es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre.
          hombre de más para mujer: un general, 
          un artesano de la muerte '

Chupa, lame esta hinchazón del español

de Alambres. Ultimo Reino, 1987.

Moreira

"Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endu-
recido al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente 
una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y 
se besaron en la boca como dos amantes, sellando con 
aquel beso apasionado la amistad que se habían profe-
sado desde pequeños."

Gutiérrez 


Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese
espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:
de ese despojo, de esa cornamenta

esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre

Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?
Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?
El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,
esas flores azules de las zanjas?
                    Ventruda campanilla!
                    Restallaba!
Si no

hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan
burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las
dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el
clítoris-en los nervios musgosos del estribo

Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,
                              tronchos

- era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre
andamios temblequeantes y casi ponzoñosos

El amigo Francisco
El amigo Giménez

El amigo Julián

con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos: 
esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y
cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que
                              desprendido
de las plumas del ñu hedia en la planicie
                      superficial, en balde

-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,
se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,
a pocas millas de la tumba

"a vos te dejo - dijo - el pañuelo celeste con que me até las bolas
cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;
y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de
comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la
hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:
y se los come la luz mala

"y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que
ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir
del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan
grupas hacia la comadreja; y se los come

"y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de
plata, si lo encontrás es tuyo"

de Alambres. Ultimo Reino, 1987.

En el Reformatorio

a Inés de Borbon Parma


O era ella que al entrar a ese reformatorio por la puerta de atrás veía 
una celadora desmayada: calesas de esa ventiluz: Inés, en los cojines 
de esa aterciopelada pesadumbre, picábase: hoy un borbón, mañana 
un parma. La hallaban así, yerta: borboteaba. Los chicos se vigilaban 
tiesos en su torno-y unos se acariciaban las pelotas debajo del bolsi-
llo aunque estaba prohibido embolsar los nudillos, por el temor al 
limo, pero se suponía que la muerte, o sea esa languidez de celadora 
a lo cuan larga era en el pasillo, les daba pie para ello; y asimismo, 
esta mujer, al caer, había olvidado recoger su ruedo, que quedaba 
flotando - como el pliegue de una bandera acampanada-a la altura 
del muslo; era a esa altura que los muchachos atisbaban, nudosos, los 
visillos; y ella, al entrar, vio eso, que yacía entre un montón de niños 
- y el más pillo, como quien disimula, rasuraba el pescuezo de la 
inane con una bola de billar; y un brillo, un laminoso brillo se abría 
paso entre esa multitud de niños yertos, en un reformatorio, donde 
la celadora repartía, con un palillo de mondar, los éritros: o sea las 
alitas de esas larvas que habían sido sorprendidas cuando, al entrar 
en la jaula, se miraban, deseosas, los bolsillos; o era una letanía la que 
ella musitaba, tardía, cuando al entrar al circo vio caer ante sí a esos 
dos, o tres, niños, enlazados: uno tenía los ojos en blanco y le habían 
rebanado las nalgas con un hojita de afeitar; el otro, la miraba callado.

de Alambres. Ultimo Reino, 1987.

Devenir Marta

A lacios oropeles enyedrada 
la toga que flaneando las ligas, las ampula 
para que flote en el deambuleo la ceniza, impregnando 
de lanas la atmósfera cerrada y fría del boudoir. 

A través de los años, esa lívida 
mujereidad enroscándose, bizca, 
en laberintos de maquillaje, el velador de los aduares 
incendiaba al volcarse la arena, vacilar 

en un trazo que sutil cubriese 
las hendiduras del revoque 
y, más abajo, ligas, lilas, revuelo 
de la mampostería por la presión ceñida y fina que al ajustar 

los valles microscópicos del tul 
sofocase las riendas del calambre, irguiendo 
levemente el pezcuello que tornando 
mujer se echa al diván

de Hule. Ultimo Reino, 1989.

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