Lugar según Saer

Los lugares del cuento

Enemigo de los encasillamientos formales, el autor argentino llama "ficciones en prosa" a los relatos que forman su nuevo libro, "Lugar". Un universo enigmático de textos fragmentarios, que pintan con maestría, humor y belleza la complejidad de la vida cotidiana en distintos rincones del mundo.

por Juan José Saer.


Desde que publiqué La mayor, en 1976, estaba con ganas de escribir una serie de textos breves de ficción que no correspondiesen a la forma clásica del cuento, a la manera de los "Argumentos" incluidos al final de ese libro. Esos veintiocho textos cortos, algunos de los cuales no ocupaban más de una o incluso de media página, pretendían encarnar un género ambiguo, mezcla de ficción y de reflexión, de relato y de apólogo, de representación realista y de expresión levemente lírica. Mi intención era la de utilizar el mismo procedimiento aplicándolo a textos bastante más largos. Ese es el origen remoto de Lugar. No tengo ningún prejuicio desfavorable respecto del cuento. He leído y leo con placer muchos cuentos, y de ciertos autores, como Henry James, por ejemplo; me gustan infinitamente más los cuentos y las nouvelles que las novelas propiamente dichas. Además, los grandes cuentistas han sabido renovar la forma, sobre todo a partir del romanticismo, haciendo de ella un instrumento complejo y sutil. Pero hay algo en su sistema de representación que no se adecuaba totalmente a mis intenciones, que tienen a menudo la tendencia a ubicarse en cierto desfasaje con los géneros y las formas. De ahí que, igual que los "Argumentos" de La mayor, y aunque en definitiva a algunos de ellos sería difícil considerarlos como otra cosa, me gustaría que estas ficciones en prosa, por las intenciones que presidieron su ejecución, no sean leídas como cuentos.

En cuanto a la materia propiamente dicha, que únicamente por simplificar distingo de la forma, su elección presenta varios aspectos diferentes. En primer lugar podríamos hablar de un aspecto psicológico, que incluso no sería excesivo llamar autobiográfico y que en resumen representaría la tentativa de un escritor que está llegando (en 1996, cuando empecé a escribir el libro) a los sesenta años y a quien lo intriga saber si todavía es capaz de ampliar el registro de sus temas y de sus formas, o si deberá conformarse con repetir indefinidamente los mismos que ocuparon sus ocios en el pasado. En segundo lugar, existe un aspecto que, un poco impro piamente, podría calificarse como empírico -tal vez el término más adecuado sería imaginario y que tiene que ver con la manera en que el hombre común, categoría sociocultural a la que pertenezco, se representa el mundo en que vive. (Personalmente, tengo más afinidades con Leopold Bloom que con el Superhombre de Nietzsche). Y por último, quizás habría que considerar la manera en que, literalmente hablando, esa representación es posible.

Quizá la novela enciclopédica, polifónica, inclusivista o como quiera llamarse a esos grandes artefactos totalizantes a los que la modernidad nos tenía acostumbrados, como Gargantúa, Don Quijote o más recientes Guerra y paz, En busca del tiempo perdido, El hombre sin atributos, La montaña mágica, Ulises, etcétera, ya no pueda abarcar, en un mundo disperso a través de múltiples mediaciones y descentramientos, la totalidad imaginaria que era su razón de ser, la representación exhaustiva de la experiencia fluctuante, fragmentaria y caótica que es la característica principal de nuestra época. Y aunque figura entre mis proyectos el de escribir próximamente una novela de cierta extensión, desde hacía tiempo me visitaba con insistencia la idea de representar esa fragmentariedad caótica no con una obra polifónica que intentara su síntesis, sino con una serie de textos dispares, unidos tenuemente por algunos hilos más o menos evidentes, y yuxtapuestos con la misma heterogeneidad versátil y resistente a cualquier uniformidad significativa con que vivimos nuestra existencia cotidiana. La razón de ser que unifica estos textos provendría, aunque parezca paradójico, de su variedad irresuelta, que equivale a la de nuestra experiencia. Por otra parte, mi intención es proseguir, si me resultase materialmente posible, escribiendo este libro, ir agregándole nuevas series de textos, para ir constituyendo un corpus por definición imprevisible, inacabado y fragmentario, capaz de acoger las formas y los temas más variados, hasta los que a primera vista pudieran parecer disonantes y aun contradictorios.

En lo que se refiere al título del libro, tal vez podría decir esto: es obvio que se refiere al de uno de mis primeros libros de cuentos, Unidad de lugar, del que en cierto sentido es una corrección, porque en la noción de "unidad de lugar" está implícita la idea de que hay muchos lugares diferentes. Si reduje el título al mero sustantivo, fue para sugerir que hay un solo lugar, inabarcable y sin cesuras, que es el universo enigmático en el que vivimos y cuya carga, día a día, en nuestros hombros, del nacimiento a la muerte, soportamos. Ahora bien, ese universo es indisociable de nuestro punto de vista, y hasta podría decir que no existe sin él. Y los puntos de vista que se lo representan varían casi al infinito. En mi caso, por ejemplo, puedo asegurar que, si bien mi vida civil transcurre en Francia, mi punto de vista literario se afinca en el espacio imaginario como he ido construyendo de libro en libro. Es a partir de ese espacio imaginario que mis libros conciben el universo. A él se fueron integrando las diferentes ocasiones de mi vida, que entraron en ella no para sustituir o anular las primigenias sino para ir fundiéndose con ellas e ir modificando lentamente la totalidad. Es por eso que suelo decir que, desde un punto de vista estrictamente artístico, París es para mí un suburbio de Colastiné Norte o de San José de Rincón, creencia que he tratado de demostrar formalmente en casi todos mis libros.

Domingo 01 de octubre de 2000 © Copyright 1996-2000 Clarín.

Libros imborrables 

Juan José Saer nació en Santa Fe, en 1937. Fue profesor de la Universidad Nacional del Litoral. En pleno auge sesentista, cuando convivían de manera estridente las más diversas experimentaciones visuales, teatrales y literarias en un Buenos Aires cosmopolita, se radica en París. Actualmente es profesor de la Universidad de Rennes, en Francia.

Su obra narrativa tiene la contundencia de un proyecto que avanza, da rodeos, vuelve al centro de sus preocupaciones y otra vez se deja tentar por algún desvío. Es una obra muy vasta, completa, ambiciosa y lograda. Su primer libro es una compilación de cuentos, En la zona (1960), y su novela inicial es Responso (1964). También ha escrito los libros de cuentos Palo y hueso, Unidad de lugar y La mayor. Otras de sus novelas son Cicatrices, El limonero real, Nadie nada nunca, El entenado, Glosa, La ocasión, Lo imborrable, La pesquisa y Las nubes. Su obra poética está reunida en El arte de narrar (1977).

Domingo 01 de octubre de 2000 © Copyright 1996-2000 Clarín.

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