En "Formas breves", que editará Temas en estos días, el narrador se desdobla en crítico y ensayista, sin por eso perder la conexión con la ficción. Aquí Piglia expone ideas que guiaron esos trabajos. Y se publican, también, fragmentos inéditos de su mítico diario de escritor.
por
Ricardo Piglia.
Los textos de este volumen pueden ser leídos como notas de lectura en el diario de un escritor y también como primeros ensayos y tentativas de una autobiografía futura.
La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas. ¿No es la inversa del Quijote? El crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee.
En esa línea ha sido decisiva para mí la sorprendente anotación de Faulkner en su prólogo inédito a
The Sound and the Fury. "Escribí este libro y aprendí a leer." La escritura de ficción cambia el modo de leer y la crítica que escribe un escritor es el espejo secreto de su obra.
En los últimos tiempos he tratado de investigar una modalidad de la crítica entendida como experimentación y prueba. Algo que existe y no existe en la realidad, un relato posible, una proposición alternativa, es el punto de partida de la reflexión. Se trata de construir (de intentar construir) en el laboratorio del lenguaje pequeñas hipótesis que permitan discutir y analizar el sentido y sus derivaciones.
Así, en este libro he trabajado sobre relatos existentes y también sobre variantes y versiones construidas como caso hipotético y ejemplo imaginario. Pequeños experimentos narrativos me han servido para discutir cuestiones ligadas a la trama de un relato, a la narración de la experiencia y a la significación de los finales y de los cierres. Son tentativas de trabajar la narración en sus variantes y derivaciones como un microscópico mundo alternativo en el que es posible percibir lo que existe pero también lo que se anuncia y todavía no es.
La literatura actúa sobre un estado del lenguaje. Quiero decir que, antes que nada, para un escritor lo social está en el lenguaje. En definitiva la crisis actual tiene en el lenguaje uno de sus escenarios centrales. O tal vez habría que decir que la crisis está sostenida por ciertos usos del lenguaje. Se ha impuesto una lengua técnica, demagógica, publicitaria y todo lo que no está en esa jerga queda fuera de la razón y del entendimiento. Se ha establecido una norma lingüística que impide nombrar amplias zonas de la experiencia social y que deja fuera de la inteligibilidad la reconstrucción de la memoria colectiva. En "The Retoric of Hitlers Battle", escrito en 1941, el crítico Kenneth Burke ya hacía ver que la gramática del habla autoritaria con juga los verbos en un presente despersonalizado que tiende a borrar el pasado y la historia. El Estado tiene una política con el lenguaje, busca neutralizarlo, despolitizarlo y borrar los signos de cualquier discurso crítico. El Estado dice que quien no dice lo que todos dicen es incomprensible y está fuera de época. Hay un orden del día mundial que define los temas y los modos de decir: la masa media repite y modula las versiones oficiales y las construcciones monopólicas de la realidad. Los que no hablan así están excluidos y esa es la noción actual de consenso y de diálogo.
El discurso dominante en este sentido es el de la economía. La economía de mercado define un diccionario y una sintaxis y actúa sobre el valor de las palabras; define un nuevo lenguaje sagrado y críptico, que necesita de los técnicos y de sus comentadores para descifrarlo y traducirlo. De este modo se impone una lengua mundial y un repertorio de metáforas que invaden la vida cotidiana. Los economistas buscan controlar tanto la circulación de las palabras como el flujo del dinero. Habría que estudiar la relación entre los trascendidos, las filtraciones, los desmentidos, las versiones y contra versiones por un lado y las fluctuaciones de los valores en el mercado y en la bolsa por el otro. Hay una relación muy fuerte entre lenguaje y economía. En ese contexto escribimos y lo que la literatura hace (en realidad lo que ha hecho siempre) es descontextualizar, borrar la presencia persistente del presente ciego y construir otro tiempo y otra realidad.
Cada vez más los mejores libros actuales (los libros de Walker Percy, de Andrea Zanzotto o de Juan Gelman) parecen escritos en una lengua privada. Paradójicamente la lengua privada de la literatura es el rastro más vivo del lenguaje social. Quiero decir que la literatura está siempre fuera de contexto y siempre es inactual; dice lo que no es, lo que ha sido borrado; trabaja con lo que está por venir. Funciona como el reverso puro de la lógica del Estado y de la realpolitik. De modo que la intervención política de un escritor se define antes que nada en la confrontación con estos usos oficiales del lenguaje.
Los escritores han llamado siempre la atención sobre las relaciones entre las palabras y el control social. En su explosivo ensayo "Politics and the English Language" de 1947 George Orwell analizaba la presencia del Estado en las formas de la comunicación verbal: se había impuesto la lengua instrumental de los funcionarios policiales y de los tecnócratas, el lenguaje se había convertido en un territorio ocupado. Los que resisten hablan entre sí en una lengua perdida. En el trabajo de Orwell se ven condensadas muchas de las operaciones que definen hoy el universo del poder. Pasolini por su lado ha percibido de un modo extraordinario este problema en sus análisis de los efectos del neocapitalismo en la lengua italiana. No me parece nada raro entonces que el mayor crítico de la política actual (el único intelectual realmente crítico en la política actual) sea Noam Chomsky: un lingüista es por supuesto el que mejor percibe el escenario verbal de la tergiversación, la inversión, el cambio de sentido, la manipulación y la construcción de la realidad que definen el mundo moderno.
Me gustaría recordar dos citas, donde se analizan estos procedimientos de encubrimiento. Primero una de Orwell: "Se bombardea desde el aire pueblos indefensos, se arroja a los habitantes de su tierra y se ametralla su ganado, se incendian sus chozas y a eso se le llama pacificación. Millones de campesinos son despojados de sus granjas y enviados al camino con lo puesto, y a esto se lo llama rectificación de fronteras". Y Chomsky, por su lado, dice: "El cambio de nombre de Departamento de Guerra (en los Estados Unidos) a Departamento de Defensa en 1947. En cuanto sucedió esto, cualquier persona sensata debió darse cuenta de que los Estados Unidos ya no se ocuparían de la defensa, participaría en las guerras tan solo como agresor". También dice Chomsky: "En los años 40 se tomó en los círculos de la industria de las relaciones públicas la decisión de introducir expresiones como libre empresa, mundo libre en lugar de términos descriptivos convencionales como capitalismo, insinuar que los sistemas de agresión y de control en los que estaban implicados quienes detentaban el poder eran en realidad una forma de libertad. Mundo libre, libre empresa, libre concurrencia, libre mercado. Era una manera de nombrar la concentración económica y la política de expansión de los grandes monopolios.
De ese modo se impone un lenguaje encubridor, un estilo medio, y todo lo que no está en esa jerga es considerado hermético y fuera de lugar. Es decir, se establece una norma lingüística, que no tiene nada que ver con los registros de la lengua popular ni con las experiencias concretas de la vida cotidiana y se definen ahí los niveles de comprensión y de sentido. Hay una escisión entre la lengua pública, la lengua de los políticos en primer lugar y los otros usos del lenguaje que están perdidos y casi borrados de la superficie social. Se tiende a imponer un modelo único -que funciona como un registro de legitimidad y de comprensión- que es manejado por todos los que hablan en público.
En momentos en que la lengua se ha vuelto opaca y homogénea el trabajo detallado, microscópico y casi invisible de la literatura es una respuesta secreta y corrosiva al estado de las cosas.
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