El estreno de Teatro Proletario de Cámara

Poesía encarnada

Atractiva versión escénica de textos de Osvaldo Lamborghini, en Teatro Proletario de Cámara.

por Ivana Costa.


El teatro nació de la mano de la poesía en Occidente. Se fueron separando en los umbrales de la modernidad, cuando la secularización de ciencia y arte separó al teatro de su religiosidad originaria y del verso, expresión que le había dado forma. Ultimamente, muchos creadores independientes han intentado que la poesía vuelva al teatro: no por su forma sino como recurso ante la falta de textos específicamente teatrales que contengan sus aspiraciones artísticas.
Lo hicieron La Pista 4 con Néstor Perlongher (Cadáveres), Shoshana Polanco con Osvaldo Lamborghini (La perla) y sobre el mismo Lamborghini vuelve Teatro proletario de cámara, experimento sobre el cual -cita el equipo- trabajaba el poeta cuando murió, en 1985.
Teatro proletario... toma textos de Novelas y cuentos (contiene los anteriores El fiord, Sebregondi retrocede, relatos y novelas) con buena síntesis de las variadas actividades y obsesiones de Lamborghini, que fue librero, increíble psicoanalista y sobre todo el gran poeta maldito de la ilustración de los setenta porteños. Parte de la eficacia del espectáculo está limitada por la que conserva el texto encarnado, en este caso, una poética que recurre al asco, al sexo atroz y a la deformación para parodiar las buenas maneras del progresismo populista que él observaba en la literatura de Boedo, "en los chicos de Filosofía y Letras" y en la estética de la melancolía. Este espectáculo no se presenta como evocación en plan homenaje, entonces la interpretación resulta la parte más atractiva y regocijante. Seis grandes actores multiplican recursos en un ámbito de 4 x 4 y hacen de cada relato o poema una historia digna de ser contada. Analía Couceyro contorsiona cuerpo y alma sobre un bidet en Porchia estaba loco, Pablo Ruiz esconde la locura asesina del Tío Bewrkzoguea en el estuche de la guitarra. Dos apariciones breves -El ganador y Sonia- le bastan a Ricardo Félix para inventar concentrada y sublime crueldad. Luis Machín -el Erdosain de El pecado que no se puede nombrar- aporta perfecto cinismo y sutil vacilación al narrador de El niño proletario. Decía Lamborghini que este texto no era perverso sino sexual. Quizá sea cierto, y habrá que estudiar a Teatro proletario de cámara como interesante aporte del teatro al goce del voyeurismo.

Miércoles 24 de noviembre de 1999. © Copyright Clarín.

última modificación -