Sobre Carroña última forma

La poesía dislocada

El último Lamborghini dividió opiniones. Un poeta rosarino salta para defender este cierre "brillante" de cuarenta años de poesía.

por Martín Prieto.


"Horror a la lápida", dice Leónidas Lamborghini de carroña última forma. ¿A qué lápida? A la de la "obra completa".
Era justo que Lamborghini también recibiera el premio de una obra completa, en un tiempo en que buena parte de los grandes poetas argentinos contemporáneos lo recibieron. Pero Lamborghini eligió el disloque en vez de la "sucesión almanaqueril". Tomó su obra poética, desde El saboteador arrepentido para acá, y realizó con ella un trabajo de "intrusión" de unos textos con otros, rompiendo de esta manera la ilusión de la sucesión cronológica, con lo que carroña última forma se convierte en varios libros a la vez: el que es, y todos los que cita.

Relumbrones de Partitas, Episodios, Circus, aparecen comprimidos en carroña..., que es de este modo un muestrario del talento de su autor, con el que supo actualizar una literatura que, como escribió Américo Cristófalo, "mueve a risa" y tiene su origen en una ideología política y en un autor: el peronismo y Leopoldo Marechal.

Hay allí, efectivamente, una familia en la historia de la literatura argentina: Marechal, Bustos Domecq, los Lamborghini, que se fragua al fuego de la norma estilística "alta" (escribir "bien") revuelto por lo excesivo e indecoroso, dos notas que la historiografía política no dudaría en aplicar al peronismo.

En Adán Buenosayres, "el pobre Demos" deglute "un diluvio de papeles mugrientos, hojas de periódicos, revistas ilustradas, carteles llamativos", lo recoge, lo mastica y lo devora. Después, ellos bajándose los pantalones y ellas levantándose las faldas se ponen en cuclillas y defecan, mientras con voces de cotorras, declaman "ampulosos editoriales, gacetillas de cinematógrafo, debates políticos, noticiarios de fútbol y crónicas policiales". Ahí está una de las novedades que Marechal le ofrece a la literatura argentina: sus personajes "defecan".

A eso Lamborghini, un heredero directo de la comicidad marechaliana, lo llamará "meter el cuerpo": "Es que hay que meter el cuerpo, y la poesía lo niega porque acá todavía hay temas poéticos y temas no poéticos, entonces mear no es poético, garcar no es poético, la palabra sorete no es poética", dice en una entrevista publicada en trespuntos.

Narrativamente, carroña... relata el paseo de un vagabundo por Buenos Aires. En ese paseo a ninguna parte hay algo de "Entre Diamante y Paraná", el gran poema de Juan L. Ortiz, no en su resolución formal, sino en esa idea del viaje inconcluso, detenido en sus vicisitudes: una nube, un cisne, un pasaje, no? de trigo, en Juan L. Ortiz, inscripciones callejeras, un perro revolviendo basura, un suicida arrojándose al paso del subte, una cita sexual entre el vagabundo y una pordiosera debajo de la Virgen de Retiro, en Lamborghini.

Formalmente, el autor hace una última apuesta por la ilegibilidad. Como en Verme, los versos quedan cortados en expresiones mínimas (sílabas, letras sueltas, pares de letras que no conforman sílabas) dando un efecto visual llovido, de versos horizontales, que obligan a una lectura en voz alta, para poder contener el sentido. Pero no se trata de una dificultad "artística". Al revés, esa lectura va revelando una suerte de tartamudeo, que es el correlato del trabado soliloquio del vagabundo.

Es verdad que la primera impresión visual puede llevar a relacionar carroña... con la gestualidad del vanguardismo genérico. Sin embargo, cada uno de los recursos puestos en juego aquí están, como decía Pound, "cargados de sentido".

De este modo, Lamborghini no sólo cierra de manera brillante 40 años de poesía: es un siglo, que se abre en 1922 con la publicación de La tierra baldía, de T. S. Eliot, el que se cierra aquí, y del que este libro da cuenta.

Sábado 17 de noviembre de 2001. © Copyright Clarín.

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