Sobre La experiencia sensible

La experiencia sensible

por Claudio Zeiger.


Apenas entrando en las primeras líneas de la última novela de Fogwill, el lector que haya leído sus cuentos recuperará esa atmósfera. En un primer fragmento, impreso en cursiva, alguien identificado con el autor dice: “Sucedió a fines de los años setenta. Por entonces, narrarlo era uno de los proyectos con menor sentido entre tantos que se podían concebir”. Una página más adelante, cuando empieza la novela en sí, el narrador dice: “El setenta y ocho no fue un buen año para Romano: el peor de su vida, pensó después”. Imposible no acordarse de “Muchacha punk”, 
de “La larga risa de todos estos años” y su pregunta ya clásica (“¿éramos felices?”), de “La 
liberación de unas mujeres”, de “Japonés”, en fin, de los grandes relatos de Fogwill agrupados bajo títulos como Mis muertos punks, Música japonesa o Ejércitos imaginarios, títulos que con las reediciones y antologías del autor se fueron perdiendo por ahí. Más allá de fechas y climas, lo que sucede en La experiencia sensible, quizás aquello a que se alude en el título, es la experiencia de un hombre que mira, observa y se da cuenta de “cómo sus hijos empezaban a formar un mundo aparte con la niñera”. Ese hombre llamado Romano viaja a Las Vegas con su mujer, sus dos hijos y una adolescente que hace las veces de niñera y que le hace aclarar al narrador (apenas segundos antes de que uno perversamente lo piense) que “en cualquier relato, la irrupción de una adolescente de dieciséis años en la convivencia de un grupo familiar predispone a una historia de fantasías, celos y hasta de aventuras eróticas”.

Como en cualquier relato –aunque obviamente éste no sea uno más–, las fantasías y hasta aventuras sexuales corren por cuenta de esa chica que piensa monólogos guarangos al mejor estilo Fogwill (desde “Help a él” hasta Vivir afuera). Pero este narrador no monologa ni fantasea. Recuperando un énfasis sociológico que lo ha convertido en uno de los autores argentinos con más ojo clínico para capturar los deseos imaginarios de la clase media alta nativa, Fogwill vuelve a la larga risa de todos esos años (los de la dictadura) para recuperar algunas facetas sobre las que poco se suele insistir al hablar de esos años: el viaje consumista al extranjero, el triunfalismo dolarizado de un sector social que pocos años después se horrorizaría con los crímenes de la dictadura. Ahora bien: si algo más caracterizaba también a esos cuentos de Fogwill (casi una categoría per se en la literatura argentina) era la marca metaliteraria que empezaba a hacerse tendencia en aquellos años. En La experiencia sensible, el arsenal de reflexión narrativa parece centrarse exclusivamente en dos aspectos: cómo construir una mirada y cómo desmitificar a un personaje. Romano, el personaje, mira y observa. Habla poco. Ejecuta acciones. Hace cálculos comparativos en todo momento: por ejemplo, cuánta plata saldría un menú del hotel de Las Vegas en el Hotel Provincial de Mar del Plata.

Romano es cool, como si al observar de qué forma los hijos se separan de un mundo para entrar en otro, él también estuviera pasando de un orden de las cosas a otro que no se termina de revelar, pero que a medida que se avanza no cuesta identificar con la nada. En ese deslizamiento del personaje, en parte, se revela una estrategia de la novela: mirar desde el presente (consumismo, globalización, clases media y alta de ahora, nuevas costumbres) provocando leves interferencias en el pasado. Ésa es la miradaque parece haber elegido Fogwill para sumergirse durante el tiempo de la novela en el año –1978– en que transcurren los hechos.

Pero dijimos además que así como en La experiencia sensible el lector asiste a la construcción de una mirada, también pasa a ser testigo de la deconstrucción de un personaje: no en el sentido de que Romano, su mujer, los hijos y la niñera pasen a ser “categorías” o “funciones” del relato; nada de eso. Pero sí hay una reflexión sobre la muerte y los muertos que puede leerse en clave literaria, como el derribo de toda ilusión de estar asistiendo a una historia excepcional protagonizada por personas singulares. De ahí, es posible deducir, el tono de la novela: neutro, descriptivo, enrarecido, pero alejado de efectos estilísticos o discursivos (salvo los monólogos de la niñera); si se quiere, llamativamente cool.

Fogwill, en orden de publicación, viene de una novela polifónica y llena de temas como Vivir afuera, libro que seguramente tardará años en ser procesado por el campo literario argentino, y está bien que así sea, porque no es novela lineal ni de una sola lectura. Allí, en los tramos finales, Fogwill afirmaba que escribir es pensar. 

Sin que lo diga explícitamente en esta nueva entrega, La experiencia sensible bien podría decir: escribir es describir, una variante del pensamiento y una variante de la narración al mismo tiempo, en la que costumbres, ideas, personajes y sensaciones entran y salen todo el tiempo de la zona de luz hacia el lado de la sombra. Y así como aquellos cuentos de Fogwill narraban historias secretas de la época, La experiencia sensible viene a decir, precisamente, cómo mediante la empecinada descripción se puede contar una época sin contar “la” historia de la época.

Domingo  5 de agosto de 2001. © Copyright Página/12.

última modificación -