Entrevista con Martín Caparrós

La Historia, esa impúdica ambición

El autor de "El tercer cuerpo" habla de "La historia", una novela de casi mil paginas recién editada por norma que reconstruye el lenguaje y la vida cotidiana de una supuesta "Civilizacion Calchaqui" .

por Monica Sifrim 

 

Inventar una cultura inexistente es mirar con extrañeza las leyes, visibles e invisibles, que sustentan la nuestra. Martín Caparrós se atreve a fabricar con palabras una supuesta civilización calchaquí. Imagina su lengua, su cosmovisión y todos los aspectos de su cotidianidad en un desafío literario exuberante. La Historia es una obra mítica a la que Caparrós dedicó más de diez años de investigación, volcados finalmente en casi mil páginas. El autor ya había publicado antes otras novelas, como Ansay o los infortunios de la gloria (1984), No velas a tus muertos (1986) y La noche anterior (1990). En una edición reducida y con reproducciones de cuadros de Ariel Mlynarzewicz especialmente inspirados en el texto, La Historia será presentada por el escritor mexicano Carlos Fuentes en la Feria del Libro.

-Escribir La Historia le llevó 10 años, mucho tiempo para alguien de su edad. Es posible que en el ínterin hayan cambiado algunos aspectos de la idea original. -Fui modificando la escritura. En el libro hay una prosa central que es la historia de un príncipe de la civilización calchaquí que está esperando que se muera su padre para asumir su lugar. Un editor encuentra el texto, lo edita y lo anota. Esa prosa me resultó muy difícil de encontrar al principio porque sentía que debía ser un castellano ajeno, que sonara como de otra parte pero de ningún lugar particular.

-¿Un castellano universal? -El castellano universal no existe: en cada parte se habla diferente. Yo necesitaba una lengua que fuera la traducción de esa cultura, que en verdad tenía una lengua propia. Tenía que encontrar un castellano que diera esa distancia que yo quería que el lector sintiera. La fui buscando de a poco. Iba descubriendo un giro, una forma de sacar un artículo, un modo de introducir una palabra de otro nivel léxico donde no era esperable. Creo que al fin conseguí una prosa muy rara, inidentificable. Un castellano de ninguna parte. Y eso fue cuando ya iba por el tercer capítulo, así que tuve que reescribir todo lo anterior para que estuviera en la misma lengua.

-¿Cómo se armoniza ese castellano con su voz personal? -Yo suelo creer que el único talento que tengo es el de imitar cualquier prosa, cualquier ritmo. Se trataba de encontrar mi estilo en esto, para después poder imitarlo. Una vez hecho, fue muy placentero. Algunas de las notas están escritas como si las hubiera hecho el anotador, en un tono más clásico, académico. En las notas también hay muchos textos de esa cultura con registros semejantes al del cuerpo central, y otros muy distintos que tuve que inventar en cada caso. Hubo muchas situaciones en que decidí cómo escribiría esa cultura un testamento o el catálogo de un museo. Tuve que buscar las formas narrativas que me hicieran sentir que eran las que esa cultura habría utilizado.

-¿La perspectiva de una cultura en lugar de la de un narrador singular? -Esa cultura fui yo durante mucho tiempo. Después empecé a tener el punto de vista de esa cultura sin proponérmelo. Y una vez creado, era un mundo ya hecho al que yo me tenía que dirigir. No podía traicionar las mismas reglas que había inventado. Escribir una novela es una pequeña tentativa de aminorar el caos. Por lo menos, a mí me lo permite mientras dura el proceso de escritura. Me da un marco para todo lo que veo y pienso. Me parece que la escritura de toda novela postula un orden general, un cosmos. Entonces me planteé: "¿Por qué no hacer explícito eso y contar todo sobre ese cosmos como si nadie lo conociera?". Es posible describir todo como si nadie conociera las cosas conocidas, como hace Flaubert en Bouvard y Pécuchet. Inventar una civilización es tener la posibilidad de inventar hasta los más mínimos detalles de ese mundo.

-Mientras la escribía, la novela habrá absorbido cambios en su experiencia personal, en su manera de mirar el mundo... -Uno de los temas fuertes del libro es la relación entre un padre y un hijo; el tema de los linajes y la paternidad es muy significativo para mí. Empecé a escribir este libro después de que murió mi padre. Mientras estaba escribiéndolo, nació mi hijo. Así, pasé de ser un hijo que había dejado de tener un padre a ser un padre que había empezado a tener un hijo. Ese desequilibrio me revela cosas sobre mí. Hay momentos en que me pregunto quién habrá escrito esto, cómo, por qué. Es una sensación rara, no me había pasado antes.

-Al comienzo usted avisa que "del Quijote en más, todo libro que se ampara en el hallazgo de un manuscrito debe pagar el precio del ridículo"; pero que, sin embargo, "ésa es la historia de La Historia". -El libro trata mucho sobre los efectos que tuvo ese texto antes de ser encontrado. Un editor encuentra a comienzos de los 70 un manuscrito. Comienza a trabajar en él y descubre que es en realidad la traducción de un original en español. Allí se relata la cosmovisión de la antigua civilización calchaquí. Descubre que era sólo el tercer capítulo y que había sido publicado 200 años antes como un libro. Como tal, había tenido una importancia central en la historia de la Ilustración y de las revoluciones de principios del siglo XX. Aparecen artículos sobre ese libro escritos por Voltaire e incluso por Lenin. Ese texto, que había sido tan famoso, es un capítulo dentro del libro que él acaba de encontrar. Mi editor-investigador postula que puede volver a contextuar. Y lo que hace es editar el contexto, que es la historia de Oscar.

-¿Qué se deduce de esos hallazgos? -Su hallazgo daría como resultado que toda la modernidad parte de una comarca argentina aborigen. El editor relee el saber moderno desde su hallazgo y hace que La Historia haga salir a la luz las verdaderas causas de ciertas ideas de la modernidad. La civilización que yo ubiqué en los Valles Calchaquíes no tiene nada que ver con lo que realmente pasaba allí. Y es probable que este mito de origen en la Argentina no sea más que un invento de un caballero de la Ilustración.

-Las notas revelan su preocupación antropológica: allí aparecen las ideas sobre la sexualidad, la familia, la concepción del tiempo y de la muerte de esta civilización. -Mi primera idea fue hacer un manual con una civilización inventada. Algunas de sus concepciones aparecen en la historia, otras en las notas. Yo quería una máquina que me permitiera contar y pensar todo lo que se me ocurriera, de una canción a una obra de teatro del Siglo de Oro. El placer de poder inventarlo todo. El historiador que escribe esto tiene una gran biblioteca, pero su formación es setentista; está ligado a las escuelas francesas que trabajan a partir de la vida cotidiana. Entonces debe explicarlo todo: si un personaje se perfuma, por ejemplo, dar toda la información sobre el perfume, sobre las circunstancias del acto de perfumarse y sobre el sentido que puede tener ese gesto en esa cultura.

-Usted tiene fama de erudito... -(Risas) No respondo por esa fama; no me considero erudito. Pero sí creo que en La Historia se cruzan muchos de los saberes que fui recogiendo por aquí y por allá. Lo más fascinante es haber intentado hacer algo con todos esos saberes gastronómicos, literarios, criminales, políticos. Meter en un mundo ese conjunto desparejo de saberes es la gran tentativa de la novela. En ese sentido, es bastante decimonónica.

-¿Siente que va a contrapelo de lo que se publica en la Argentina? -Desde lo visible, va en contra de la corriente general: es gorda, exigente con el lector. Supone que el lector es un persona inteligente e interesada, no alguien que no tiene tiempo. Además, es la antinovela histórica: no tiene nada que ver con esas obras que tratan de la vida amorosa de un prócer y permiten que el lector pase un rato agradable mientras siente que está aprendiendo algo. No pretendo enseñar nada. Hubo una actitud un poco dandy entre los escritores de mostrar lo menor: "Esto es lo que se me ocurrió en una tarde de estío". Para mí esto es distinto. La historia es ambiciosa en varios sentidos. Nada hay más estúpidamente ambicioso que la idea de inventar un mundo. Yo no pretendo que eso estaba ahí y que lo descubrí como al pasar. Me pasé diez años trabajando y todo lo que pensé y sentí está en este libro.

-¿Eso lo hace sentir expuesto? -Tengo la sensación de estar completamente desnudo. No lo escribí con la punta de los dedos. No digo a los lectores: "Les vengo a mostrar mi pañuelito bordado". Me jugué todo lo que pude. Publicar el libro es exhibirme en esa desnudez. Es un libro absolutamente impúdico. No hay nada más impúdico que la ambición.

 

Domingo 04 de abril de 1999. © Copyright Clarín (1999).

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