El día que Dios fue mujer

Un diálogo con Martín Caparrós

El historiador y escritor argentino Martín Caparrós reveló en esta entrevista para Librusa que el antecedente de Un día en la vida de Dios, su última novela publicada por Seix Barral, fue un relato de dos personajes para niños.

por Alejandro Cavalli.


ALEJANDRO CAVALLI: El título de tu última novela me hace inevitable la primer pregunta: ¿Creés en Dios? 

MARTÍN CAPARROS: Sí, en mi Dios, en el Dios de mi libro. Y no es por falta de oferta, porque en realidad hay miles de dioses. Pasa que no he encontrado entre todos esos el que me venga bien, y sospecho que debe ser porque la idea de criatura superior que te da normas y te permite cosas no termina de convencerme. 

AC: ¿Qué te impulsó a escribir Un día en la vida de Dios? 

MC: No estaba buscando una idea para escribir una novela, pero un día me pregunté : cómo sería la visión subjetiva de un Dios sobre el mundo que supuestamente creó, y qué resultaría de su intención de tratar de entenderlo. Supuse que iba a desechar esa ocurrencia como uno desecha tantas de las ideas que se le vienen. Pero quedé atrapado, porque me gustó que resultara contradictoria la idea de día con la idea de Dios. Después, una vez que encontré el mecanismo, el resto fue historia. Decidí que Dios se iba a encarnar en distintos personajes para visitar diversas situaciones históricas. 

AC: ¿Y por qué decidiste que tu Dios fuera mujer? 

MC: De a poco se fue tornando femenino. Primero era neutro, pero el castellano no admite neutros. Después, en algún momento caí en la cuenta de que estaba siendo masculino y yo no quería que sea masculino. Así es que se fue hacia lo femenino porque me resultó curioso, y porque de esa manera no caía tan autoritario. 

AC: Tanto en esta última como en tu otra novela titulada La Historia (1999 ), realizás un juego espectacular de voces que demuestran en vos un excelente manejo del lenguaje: ¿Cómo lograste llegar a él ? 

MC: A veces suelo pensar que mi único talento consiste en eso, en leer cualquier prosa y poder escribirla. Es como aquellos músicos que pueden sacar de oído alguna canción. Lo cual en algunos momentos me resulta sumamente peligroso, porque me puedo mimetizar con voces espantosas. Durante mucho tiempo pensé que lo que tenía que hacer era conseguir un estilo propio porque después imitarlo me iba a resultar fácil, pero primero tenía que crear el modelo para imitar, y creo que últimamente más o menos lo conseguí. Aunque eso no quita que lo vaya variando. 

Con un chillido estridente, el teléfono de su escritorio-living interrumpe la conversación. Caparrós atiende y le dice a la persona que lo llama: Estoy declarando... para luego soltar una risa tan gruesa como su vozarrón. Característica que no desentona con su fisonomía: Mide arriba del metro ochenta. Al concluir la llamada, Caparrós vuelve a sentarse en el sillón en el que estaba desde el comienzo de la entrevista, y, al tiempo que jugueteaba con un mondadientes verde fluorescente entre sus manos, continuó diciendo: 

MC: Ese cambio de meterme a escribir distintas prosas resulta muy notorio en La Historia. Cuando comencé a escribirla quería encontrar un castellano que fuera como de ninguna parte, porque se suponía que era una traducción. Me llevó trescientas páginas encontrarlo. Y cuando finalmente lo descubrí tuve que reescribir todo lo anterior. Tuve que traducir todo a esa prosa a la que había llegado. 

AC:¿Cuándo fue que descubriste esa capacidad de copiar estilos y quiénes fueron las primeras víctimas ? 

MC: Me pasó con diversos escritores desde que comencé a escribir. Pero las primeras víctimas fueron poetas, ya que mi intención primera era ser poeta. 

AC: ¿Dejaste de escribir poesía? 

MC: Dejé de escribir seriamente poesía. Me gusta hacerlo, pero no me puedo tomar en serio. Cuando empiezo siempre deriva hacia algún punto de inhibición. 

AC: Igual se nota en tu prosa que venís de la poesía, porque tenés un estilo muy cuidado, dueño de una música muy particular. 

MC: Sin embargo, yo creo que la prosa no necesita pedirle permiso a la poesía para medirse. Es decir, yo en general mido todas las frases que escribo. Aunque el lector no lo perciba directamente. Pero hay una cierta música que va arrastrando mi prosa. 

AC: En una nota que Alan Pauls escribió sobre vos, titulada : La invención del mundo, transcribe una declaración tuya en la que contás que una vez en Madrid, en un coloquio sobre Carlos Fuentes , te invitaron a participar en la mesa redonda de clausura. Y que cuando te tocó el turno de hablar no sabías bien que decir y les empezaste a reprochar a los escritores mayores que la ambición que habían desplegado en los años 60 quitó a los escritores que venían después la posibilidad de ser ambiciosos. ¿Qué recordás de aquel episodio? 

MC: Alan Pauls lo recuerda mejor que yo y eso que él no estaba (risas). Me avisaron temprano a la mañana y yo no sabía que iba a estar en esa mesa. Con lo cual debo haber hablado con franqueza porque tuve que decir lo primero que se me vino a la cabeza. Pero tampoco era un reproche directamente a ellos. Quizás era más hacia nosotros, a los que veníamos. De lo que yo me quejaba era de una especie de ambición totalizadora que ellos pusieron en juego y me refiero a alguno de esa generación; nos obligaron a nosotros —por el clásico juego de la reacción contra los mayores— a cantar loas a lo menor a lo pequeño. 

AC: Sin embargo la ambición de la que hablamos no parece poca cosa en vos. A contrapelo de la tendencia actual de lo que se escribe, cosas fragmentadas y minimalistas, vos vas por el camino de la obra monumental, elefantiásica. Y tu novela La Historia es un buen ejemplo de ello. No sólo es ambiciosa por su extensión (tiene casi mil páginas), ni aún por el tiempo que tardaste En terminarla (le llevó 13 años escribirla), sino porque además está movida por la voluntad de construir un mito. Y en esta nueva novela te embarcas en otro proyecto no mucho menos ambicioso: relatás un día en la vida de Dios, y en partes desde una primera persona. ¿Qué significado tiene la ambición para vos? 

MC: Eso yo lo decía en el año 1992, que era cuando estaba en plena gestación de La Historia. O sea que había decidido salir de esa trampa. Es decir, no por suceder a unos señores que habían sido muy ambiciosos iba yo a postular que la ambición era negativa. Pero tampoco es una regla. No es que una producción debe ser siempre ambiciosa. Además habría que definir qué es ambición . 

AC: ¿Y qué es lo que te impulsa a llevar proyectos de tal envergadura? 

MC: Muchas veces mi problema es que quiero contarlo todo, y eso se vio claramente en La Historia. Esta última novela es mucho más amable con el lector, aunque igual la temática del recorrido de Dios por la historia de la humanidad no deja de ser ambiciosa. Pero bueno, me interesa contar más esos temas que contar un fin de semana romántico en Mar de Ajó (Balneario de la Costa Atlántica de la provincia de Buenos Aires). No es mi culpa (risas) . No tengo nada contra los fines de semana románticos en Mar de Ajó, pero como materia literaria no consigo que me atraiga mucho. Me interesa más como materia de desarrollo las grandes creaciones colectivas: la historia, las ideologías, que son creaciones del resultado de la pugna entre muchísimos hombres. Es decir, lo que sale de eso es una religión, por ejemplo. En cambio lo que un narrador imaginó que iba a hacer un muchacho, si se animaba o no a invitar a una chica a salir no me llama para contar. 

AC: Es verdad que tu novela La Historia surgió en vos en una mesa redonda de la Feria del Libro de Buenos Aires en la que el tema era “¿Qué libro le hubiera gustado leer?”. Y se te vino que ese libro no existía y fuiste y lo escribiste? 

MC: No me acuerdo bien, pero lo deben de haber entendido mal. No fue exactamente así. Por ese entonces yo estaba escribiendo mi tercer novela, La noche anterior (1990 ) y sentía como una especie de pesar por el hecho de que no se me estaban ocurriendo historias. En esa mesa se me empezaron a ocurrir historias en general y cómo organizarlas. Lo primero que se me ocurrió fue describir por partes un cuerpo. Es decir la biografía de un fulano escribiéndola. Su pelo, y, a partir de eso su frente, sus cejas y así sucesivamente. Y se me vino que la mejor máquina podía ser el manual de una civilización imaginaria, porque entonces iba a poder inventarle todo tipo de historias. Así es que de la operación manual, un poco aminorada, llegué finalmente al formato de La Historia. Esa fue la génesis de esa novela. Lo que pasó fue que me invitaron a una mesa redonda de la feria del libro por aquella época, cuya consigna era, como muy bien vos dijiste: ¿Qué libro le hubiera gustado leer ? Y, como por lo general todos preguntan cuál es el libro que a usted le hubiera gustado escribir. Quedé descolocado. Yo no sé si fue un error en el programa o qué pasó, pero la pregunta era esa. Entonces tenía un problema inicial: cómo se hace para haber querido leer un libro (risas). Porque si hay un libro y uno tiene ganas de leerlo lo lee y punto . Entonces pensé que el libro que yo había querido leer era un libro que Borges inventa en el relato Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius, una especie de descripción de un mundo imaginario que él postula pero —histéricamente— no lo escribe: lo sustrae . Bueno, yo caí en la trampa : fui y lo escribí. 

AC: En esa novela, La Historia, el relato de Oscar, uno de los protagonista (un príncipe de una civilización situada en los Valles Calchaquíes, en el norte de la Argentina ) empieza con la frase: “Ya no hay más muertes bellas”. ¿Cuáles son esas muertes para vos? 

MC: Ninguna, era un relato en esa civilización en la que gente construía su muerte de forma tal de darle un sentido estético o moral. Y todo estaba dado en función del reino de los cielos, de un partido revolucionario, o de cualquiera de las formas que se inventaron los hombres para dar sentido al fin de la existencia. 

AC: Cuando apareció el primer volumen, de los tres que luego conformaron La Voluntad —una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina 1966–1978 ( 1997-98 )— Felix Luna (Uno de los historiadores argentinos de mayor renombre en nuestro país) te criticó a vos y a Eduardo Anguita, el otro autor de ese libro, porque según él, ustedes no presentaron ni el menor signo de arrepentimiento en su actuar en esa época . Mientras que por otro lado, resulta curioso que él, al día siguiente del mundial de 1978, salió a elogiar al gobierno porque según su convicción había hecho posible el triunfo. Un gobierno, recordamos, que mató a unas 30 mil personas. ¿Qué pensas de Felix Luna? 

MC: Yo creo que en algún lugar le contesté en ese momento; que no era necesario que hiciera el esfuerzo de criticarnos así para ganarse un lugar en La Voluntad porque ya estaba previsto antes de que él escribiera eso que iba a salir en el último tomo. Justamente, porque él sale en una película que se hizo en el mundial que se llama La Fiesta de Todos, donde sale diciendo que esa fiesta es la fiesta del pueblo argentino, la fiesta de todos. O sea, que hizo un esfuerzo innecesario. Porque aunque no hubiera publicado esa tontería, igual habría aparecido en ese libro, si era lo que a él le interesaba. 

AC: En una entrevista definiste a esa época de militancia en la que participabas activamente como una época en la que mucha gente creyó que si unían sus voluntades iban a poder cambiar el mundo. ¿Creés que lo podrían haber conseguido si no hubiese sido por la represión sistemática y desaparición de miles de personas que los militares llevaron adelante durante la década del setenta en nuestro país ? ¿Cómo te imaginás que sería hoy ese mundo? 

MC: Creo que si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta, hubiese dicho un profesor mío (risas). Es muy difícil imaginarlo. Porque cuáles son las cosas que sí imaginamos que sucedieron y cuales no. Es decir, aunque en la Argentina no hubiese habido represión cayó el muro de Berlín, voltearon a Salvador Allende... Es muy difícil pensarlo. Lo que sí está claro es que la Argentina actual no es lo que es por lo que los militares hicieron sino por que lo hicieron. Sin embargo, creo que en algún momento próximo van a aparecer proyectos en la Argentina y en el mundo. Y con próximo me refiero a 10, 20, 30 ó 50 años. Siempre sucede. Lo ves a lo largo de la historia. Siempre hay períodos en que parece que todo se estanca, pero después la cosa cambia. 

Caparrós se levanta del sillón, deja el mondadientes en una mesa y camina hacia su escritorio, que posee un inmenso ventanal hacia un patio muy verde del edificio donde vive en Palermo (Un barrio céntrico de la ciudad de Buenos Aires ) . Vuelve con un paquete de cigarrillos, nuevamente se sienta y prende uno con un encendedor que tiene la forma de un pintalabios. 

AC: ¿ Qué fue lo que determinó que seas escritor? 

MC: Desde chico era lo único que sabía hacer. Recuerdo algo determinante. Una vez venía en un auto que manejaba mi padre con otras persona por la ruta y de pronto volcamos y el auto empezó a hacer trompos por la carretera. Entonces yo, mientras el coche daba vueltas, estaba preocupado porque no podía seguir la línea que estaba leyendo. Supongo que ahí descubrí que la literatura era muy importante para mí. Fue a los ocho o nueve años. Ya por entonces escribía y recitaba para los actos de la escuela. 

AC: ¿Y cuáles fueron tus primeras lecturas, qué libros sentís que más te han marcado? 

MC: Los que más me marcaron primero fueron las novelas de Salgari, por un lado, y los pasajes de la guerra revolucionaria del Che Guevara, por el otro. Después mis viejos me compraron cuando era muy pequeño algo que al principio no leí y que eran las obras completas de Monteiro Lovato, un brasileño que tenía bastante difusión por ese entonces y que los “progres” —aunque todavía no existía esa palabra— hacían leer a sus hijos. Era muy pedagógico, trataba sobre unos chicos que viajaban a través de la historia y que se llamaban Pirucho y Naricita... (Caparrós queda en silencio y pensativo por un instante, para luego largar una carcajada) que no lo había pensado, pero ahora me doy cuenta de que es el antecedente de Un día en la vida de Dios. 

AC: ¿Y capaz que fue también lo que determinó en vos que fueras historiador? 

MC: No, siempre me gustó la historia. En realidad fue por un profesor en la secundaria. 

AC: ¿Ejerciste la docencia? 

MC: Bueno, muy poco, como profesor en la Facultad de Ciencias Sociales. 

AC: ¿Y a qué le dedicás todas las horas del día? 

MC: Escribo. Durante la semana tengo una columna en la Revista 23. Y aparte, ahora estoy ocupado en una crónica sobre una joven argentina que murió en Italia, que formaba parte de un grupo anarquista. También escribo un libro más periodístico. 

AC: ¿ Tenés algún tipo rito a la hora de escribir? 

MC: No sé si rito, pero suelo hacer todos los días más o menos lo mismo. Primero doy vueltas en Internet por diarios extranjeros. Luego leo algo de lo que estuve escribiendo el día anterior para retomar el ritmo de la situación. Me resulta difícil escribir sin fumar. Y un dato notable es que no puedo recordar todos los años que escribía sin computadora. 

AC: Una dependencia total del word. 

MC: Si, totalmente, uno se convierte en un vasallo de esta máquina. 

AC: ¿Y fumás cigarrillos? 

MC: No, en general fumo puros, que son como más reposados. El cigarrillo escribiendo tiene algo de frenético. 

AC: Como fue la experiencia de incursionar dentro del periodismo taurino. 

MC: En realidad es cierto que hice periodismo taurino pero no tanto. Quiero decir, yo viví varios años en España y surgió de una manera muy literaria. Empecé leyendo todos los días en el diario El País las crónicas taurinas de un tipo que se llamaba Joaquín Vidal, que es un gran prosista. Incluso Cortázar lo reproduce en una crónica. Y yo leía esas crónicas que me daban mucho placer por como estaban escritas, ya que tienen un léxico propio. Y fui aprendiendo un poco las palabras. En un momento dije bueno, quiero ver como es el referente de eso que leía con mucho interés sobre algo que nunca había visto en mi vida. Entonces, un día fui a la plaza de toros y me fascinó. Y de ahí en más fui a todas las corridas que pude en mi vida. Cuando digo que hice periodismo taurino no miento, pero en realidad lo hice una sola vez. Fue en México, de casualidad conocí un editor y me ofreció cubrir una corrida. Y desde el momento hasta que la escribí me fui a Machu Pichu. Allí durante un amanecer muy fuerte me puse a escribir mi crónica. La mitad la escribí allí y la otra mitad en la plaza de toros. Y así fue. Me gustan mucho las corridas, pero una de las razones por las que no voy a ver es porque me resulta muy difícil ir en mayo a España, que es cuando hay toros en Madrid. Aparte durante unos años dejé de ir a España porque me caía mal. 

AC: ¿Por qué te caía mal ir a España? 

MC: Me empezó a caer muy mal España en la época del 92. Porque cuando iba mis amigos españoles me hablaban de su último coche o de su nuevo equipo de música. Afortunadamente después eso cambió. 

AC: ¿Cómo fue recibir un premio en España por un programa que hiciste en radio Belgrano, al que distinguieron como el mejor de radio en español, siendo que en ese momento eras casi un adolescente? 

MC: Lamentablemente, debo desmentir eso de que era casi adolescente. Tenía 27 años. Y tampoco lo recibí a ese premio. Es una historia larguísima, pero nos desencontramos. Cuando yo fui a buscarlo me lo habían mandado para acá. Y nunca lo recibí. Así que no sé como fue recibir ese premio. 

AC: ¿Y trabajar con Jorge Lanata (periodista político argentino ) en su programa Día D (programa político ), contame un poco esa experiencia... ¿Te sentías cómodo en el mundo de la televisión? 

MC: Fue una generosísima inconsciencia. Cuando volvió el programa político de Jorge Lanata, Día D, hace un par de años, él me invitó a participar y me preguntó que quería hacer dentro del programa. “Hacé lo que quieras”, me dijo. Y lo que yo quería probar era pasar crónicas escritas a un lenguaje televisivo. Ver como podía resultar eso. Y de hecho fue lo que hice. Salí con una cámara pequeña de video y me metí en lugares más o menos calientes y nada. La cosa cambia si uno va con una cámara pequeña que si va con todo un equipo de filmación. Me permitía mostrar mi mirada sobre esos lugares. Contar mi propio relato. Era una forma de producción televisiva tan barata y tan ágil que cambiaba bastante los usos de la información televisiva. 

AC: ¿Y por qué dejaste de trabajar con él? 

MC: Porque este año tenía otros planes. Era mucho trabajo. Una vez por mes tenía que pasarme entre una semana y diez días exclusivamente en eso. 

AC: Para terminar quisiera me digas cuáles son tus autores preferidos 

MC: Cambio todos los lunes. Cuando me levanto miro mi biblioteca y me pregunto : ¿cuál va a ser mi autor preferido esta semana? Y este domingo a la noche no dormí en casa, así que no sé.

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