Marcelo Birmajer

No tan distinto: Las dudas de un judío itinerante 

por Jorgelina Nuñez

 

El autor de "Jugar a matar" narra con calidez y humor los sobresaltos y revelaciones de un judío que, luego de enviudar, viaja a Israel y a Cuba.

 

A pesar de ser judío -una condición que le viene más por nacimiento que por convicción-, no fue su fe en la religión lo que ayudó a Saúl Bluman a salir del desconsuelo absoluto en que lo sumió la muerte de su esposa. Berta tenía cuarenta años, todavía era muy bella y gozaba de una felicidad compartida con Saúl; por eso, el accidente que terminó con su vida escapaba de toda lógica, según la mentalidad de este discreto comerciante del Once. Tres años más tarde de esa catástrofe de la que todavía no conseguía recuperarse, Saúl partió rumbo a Israel, menos para encontrar en los orígenes de su pueblo un consuelo que sabía imposible que por el deseo de escapar de un presente sin esperanzas.

Este es el planteo inicial de No tan distinto, el último libro de Marcelo Birmajer, uno de los narradores más prolíficos y versátiles de la literatura argentina actual. Con esta breve novela, en la que prescinde de toda técnica narrativa como no sea el relato suscinto y lineal de unos cuantos hechos, pone en entredicho ciertas cuestiones sobre las que la literatura argentina no suele ocuparse, no tanto porque los temas de los cuales se ocupa habitualmente estén reñidos con los postulados de la fe, sino porque, se especula, el terreno de lo religioso, o mejor, el de las creencias, pertenece al exclusivo dominio de lo privado. Pero ¿de qué otra cosa -parece preguntarse Birmajer- sino de lo más privado podría ocuparse la literatura? El autor de El fuego más alto y de La máquina que nunca se apagaba no es filósofo; menos aún teólogo. Es ni más ni menos que un escritor que encuentra en la pura invención de historias el mejor o el único medio para hacerse las mismas preguntas que desvelan a filósofos y a teólogos: ¿qué constancia tienen los hombres de la existencia divina?, ¿es útil la fe frente a la muerte?, ¿de qué manera resucitarán los muertos, si es que resucitan?, ¿es posible ser feliz viviendo ajeno a lo que los preceptos religiosos indican? Las aventuras que Saúl Bluman vive en sus dos viajes -el primero a Israel, el segundo a Cuba- no van a la búsqueda de respuestas para estas preguntas; antes bien, ellas le salen al cruce a cada paso obligándolo a pensar qué sentido tiene su vida.

A mitad de camino entre el turismo y la nostalgia, Saúl llega a Israel. Es su tercer viaje al país que diez años antes había recorrido con Berta; ahora, solo, espera alojarse en casa de un primo lejano; pero ante la ausencia de éste busca a su hijo, un joven a quien no conoce y que reside en Jerusalén, en una casa de estudios para judíos ortodoxos. Sin ser un gentil (es decir, alguien ajeno a los preceptos de la Torá), Saúl tampoco es un judío practicante. El respeto que siente por quienes dedican su vida al estudio de la ortodoxia no está exento de reticencias, pero ellas se deben no tanto al descreimiento como al deseo de sentirse igualmente respetado en sus convicciones, que se sustentan en una base más moral que religiosa.

Durante su permanencia en Tel Aviv y Jerusalén, Saúl descubre unas cuantas cosas: primero, que el país nunca ha dejado de ser zona de conflicto y que el solo hecho de estar allí lo expone a los atentados; en segundo lugar, que ninguna intolerancia le haría perder el don de la cordialidad para con los extraños; y, por último, que su condición de judío le es inherente aun cuando reaccione frente a muchos de sus principios. Las reflexiones del protagonista tanto como los certeros diálogos que sostiene con los acérrimos devotos del credo se cuentan entre los logros del libro.

Pero la naturalidad del relato de Birmajer se ve resentida por el corte brusco que se produce entre la primera y la segunda parte de la novela. En una breve nota aclaratoria, el narrador informa que han transcurrido nueve años entre el viaje a Israel y el viaje a Cuba que ahora el protagonista está a punto de emprender. Y señala además, como para salvarse de cualquier crítica, que la revelación que le deparará este último justifica haber narrado el primero y le da un sentido que, de otro modo, lo haría asemejarse a "un simple relato turístico". Algo parecido a la responsabilidad por la mala conciencia del novelista le dictó a Birmajer esta nota. Creer que el lector puede desilusionarse si advierte que está leyendo un relato turístico es lo mismo que pedir disculpas porque los hechos narrados no son verídicos.

Al margen del corte, esta segunda parte no tiene la riqueza de observación de los comportamientos ajenos y propios que se destaca en la primera. Aquí de lo que se trata es de introducir un punto de inflexión que haga tambalear los delicados sistemas de creencias -tanto los personales como los dogmáticos- que circularon en el texto. El descubrimiento de una realidad diferente se produce de la mano de un estrafalario personaje que Saúl conoce en La Habana. Los inesperados acontecimientos que desencadena su intervención no sólo sirven para revertir el rumbo de su existencia, sino que también reconcilian su presente con los sentimientos ancestrales del pueblo judío de una manera que, en otras circunstancias, hubiera sido impensable. Tal como él mismo se dice al comienzo del libro "las pocas experiencias que nos permiten vislumbrar una cuota de verdad se encuentran entre aquellas que, inicialmente, hubiéramos querido evitar".

Si la resurrección de los muertos era un tema que lo preocupaba desde el accidente de su esposa, la revelación que experimenta le hará comprender que es, en todo caso, su propia resurrección la que está en juego y la posibilidad de volver a la vida como un hombre nuevo.

Una ligera recorrida por la obra de Birmajer pone de manifiesto su naturaleza de narrador para quien no hay temas inabordables, quizá porque su tema sea la narración misma, la incomparable felicidad que le prodiga -es evidente- la invención de personajes enfrentados a las más disímiles situaciones.

 

Domingo 04 de junio de 2000. © Copyright Diario Clarín.

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